De medidas humanas - Crónica del sábado 15 de octubre

Se cuela el mediodía del sábado. Debemos ser pocos los que, después de escuchar los textos de Gabriel Ferrater, Joan Fuster y Blai Bonet, no llevamos un gran sí sobre la cabeza. Porque se hace difícil pensar que no, que, tras ser empapados por su torrente de lucidez y sensibilidad, no pasearemos por las calles soleadas de Gràcia con las cejas despejadas, receptivos a toda vida latente. La poesía es el abrelatas del pensamiento, piensa el cronista, la azada que prepara la tierra fértil.

En un acto celebrado en paralelo en Valencia y Palma, los escritores Carles Rebassa, Maria Callís y Àngels Gregori han tomado por prestadas sus palabras para trazar un recorrido por la vida y obra de estos tres autores referenciales. Estamos todos carne y huesos, presentes. No hay más que la palabra atravesando el tiempo. Mientras escasas hojas de plataneros se dejan caer con docilidad sobre la plaza Virreina, recuperamos la visión de un mundo que ha sobrevivido de mano en mano.

Llegados al cuarto de hora de lectura, es posible sentir la presencia nada fantasmagórica de los tres reyes magos. Su lucidez, su sentido del humor. ¿Qué no se puede cuando te acuna la palabra? Somos sin extensiones, en la medida en que vindica Joan Fuster en boca de Àngels Gregori. Hemos creado el microscopio y el telescopio, qué maravilla, pero estos inventos han destruido la medida humana del ojo, decía el de Sueca. Todos los avances científicos representan una victoria del hombre sobre el medio que le rodea, a expensas de sacrificar su medida. Obligados a hacernos valer de la autoridad o de un experto, ¿la razón no queda sacrificada? "El hombre de nuestro tiempo ya no tiene medida: ha sido superado por sus propias maquinaciones".

La sentencia de Fuster resonará en la misma plaza cuando por la tarde, en su primera intervención, el secretario y consejero general de la Neurorights Foundation, Jared Genser, empiece a hablar de los avances de la neurotecnología y de los peligros que conllevan: en China, dice Genser, algunas escuelas han supervisado el grado de concentración de los alumnos gracias a unos cascos con neurotransmisores. Y en algunas fábricas, dice, se ha podido detectar, con la misma tecnología, cuándo y cómo cambiaban las emociones de los trabajadores durante la jornada laboral. Escalofrío en el espinazo.

Antes, en otra sesión, el filósofo Darian Meacham y el psicólogo Manuel Armayones han abordado cómo pueden las nuevas tecnologías contribuir a la mejora de la salud pública. Meacham ha hablado sobre todo de solidaridad. Más que las apelaciones emotivas en situaciones de catástrofe, "la solidaridad", ha dicho, "es una disposición recíproca a soportar una carga o asumir un riesgo para otra persona. Tiene que hacer daño para que sea solidaridad”, ha advertido. En el terreno de la digitalización en la salud, el profesor ha puesto como ejemplo de esta solidaridad las aplicaciones de seguimiento de la covid-19 que aconsejaban realizarse el test si se había estado en contacto con un positivo. Con los avances tecnológicos, ha añadido, podemos mejorar los diagnósticos a partir del tratamiento de bases de datos, pero también existen riesgos: “cuanta más incertidumbre eliminamos, menos probable es que estemos dispuestos a compartir el riesgo”. ¿Y quién almacena y procesa todos los datos que podemos recoger sobre salud? Por no hablar del riesgo de incrementar la brecha digital entre la ciudadanía, un tema que será casi central en la última charla de la jornada.

Por su parte, Manuel Armayones, coordinador del Grupo de Investigación Behavior Design Lab del eHealth Center de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC), ha hecho referencia al gran problema de salud pública que supone el hecho de que el 50% de los pacientes no sigan las prescripciones de sus médicos. ¿Cómo puede ayudar la tecnología en estos casos? Siguiendo el ejemplo de redes sociales como Facebook, TikTok o Twitter, ha dicho. “En Silicon Valley saben que la fuerza de voluntad no es lo más importante: han logrado generar un hábito y una necesidad que saciamos con placer por efecto de la dopamina”. ¿Manipulación o persuasión? Dice Armayones que, a diferencia de las citadas redes, “nosotros queremos cambiar el comportamiento colaborando con los pacientes para entender cuál es su objetivo de salud y ayudarles a alcanzar sus objetivos”.

Sin embargo, la confrontación de ideas ha llegado con el último debate de la Bienal en la Plaza Virreina. Tras la alarmante intervención de Jared Genser, Nnenna Nwakanma, reconocida como una de las cien personas más influyentes del mundo en el gobierno digital, ha interpelado a la audiencia: “¿Creéis que la tecnología es buena para vosotros, pero no tanto para vuestros padres? ¿La reglamentación que tenemos hoy en día está hecha de modo que la gente sea libre en derechos y dignidad? Es el principio que debemos aplicar a la digitalización. Necesitamos que el derecho al acceso a Internet sea considerado un derecho humano”, ha dicho.

Al otro lado del escenario, Nwakanma y Genser han encontrado otros dos participantes con ganas de matizar el panorama dibujado. Para Ana Valdivia, miembro de AlgoRace (Des)racializando la IA, no se puede menospreciar el impacto del mundo digital en la emergencia climática ni olvidar el sesgo colonialista que hace uso de las nuevas tecnologías para controlar la entrada de migrantes en territorio occidental. "¿Realmente necesitamos más leyes o hay que cambiar las leyes existentes y poner la vida en el centro?", se ha preguntado. A su lado, el chileno Ricardo Baeza-Yates, director del Institute for Experiential AI en la Universidad de Northeastern (EE.UU.), asiente con la cabeza. No cree que se tenga que regular el uso de la tecnología, dice en referencia a la llamada de Genser a redactar leyes que protegen nuevos neuroderechos: "Si lo hacemos, en el futuro tendremos que crear nuevas leyes para sucesivas nuevas tecnologías" , ha afirmado. “Hay 3.000 millones de personas en el mundo sin internet. Pero el primer derecho a garantizar es el derecho a no tener que utilizar internet para realizar trámites cotidianos”, dice Baeza-Yates. La medida humana.

Al final de la jornada, quedan lejos, y frías, las palabras de Fuster. Por eso coges el móvil, y espoleado por la dopamina y el 4G, reservas una recopilación de sus artículos en la biblioteca mientras piensas en esperanzas y contradicciones.

Jorge de Miguel