Paseo por las fronteras del pensamiento - Crónica del viernes 14 de octubre

Es sabido que Aristóteles desentumecía los músculos y la razón paseando por el exterior del Liceo de Atenas. Hoy hemos sido convocados a hacer lo mismo por las calles de Sant Andreu, debatiendo sobre la idea de metamorfosis. Como espacio que ha sufrido múltiples transformaciones, piensa el cronista, el Canódromo es un buen punto de partida. “Nuestras células mueren y se renuevan cada diez años. ¿Todo puede transformarse?”, pregunta la guía a la decena de peripatéticos que estamos a punto de iniciar camino. La duda es la fuerza que empuja a los pies.

La siguiente parada está en el pilar de agua de Fabra i Puig, la estructura hidráulica levantada en 1910 para abastecer y dar presión a la red de agua potable de la zona. Complacidos por el buen tiempo y la conversación íntima, miramos hacia arriba para contemplar los ladrillos del edificio. "¿Quién sabe qué es el transhumanismo?". Hablamos de las revoluciones de aquel tiempo: de la científica y de la del pensamiento. El cronista anota que en la lengua de los miskitos nicaragüenses 'revolución' y 'muda de piel' comparten palabra. Mientras, el grupo sigue debatiendo en plena comunión. Sobre ciencia e inmortalidad, sobre los dilemas éticos de los superhombres, sobre la vida en Marte.

Trescientos metros más allá se encuentra el edificio modernista de Can Guardiola. Su transformación en hotel de entidades es una excusa para hablar de La metamorfosis de Kafka, de la construcción de la identidad individual y de la influencia de las corrientes de pensamiento de un siglo XX marcada por las grandes guerras: psicoanálisis, surrealismo, existencialismo … pensando en la jornada que le espera, el cronista subraya 'I Guerra Mundial' en su libreta.

Después, el acordeón de peripatéticos llega a la calle Gran de Sant Andreu y la llamada Casa de la Bala. Nadie advierte que la bomba incrustada en la fachada durante la revuelta de la Jamancia de 1843 está en la confluencia con la calle que lleva el nombre de otro filósofo, Sócrates. Aquí el debate gira en torno a la identidad colectiva. “¿En base a qué se construye?”. Clase social, dice alguien, etnia, historia, género, dicen otros. El cronista no quiere intervenir, pero no puede evitar responder al enemigo. ¿Hasta qué punto el estruendo de las bombas establece fronteras en la identidad de quien las siente estallar?, se pregunta el cronista mientras subraya la palabra 'enemigo' de camino a la Fabra i Coats.

En la antigua fábrica textil hacemos la última parada. Volvemos a hablar del Sant Andreu industrial y de cómo Barcelona lo anexionó en 1897 (disimuladamente, el cronista subraya 'anexionar'). “Entonces, ¿qué es la identidad? ¿Lo que no se transforma? ¿La esencia?”. Una joven responde: "La globalización nos está asimilando a todos". Al cronista le parece pertinente cerrar aquí la libreta: el próximo acto que debe cubrir se titula '¿Desglobalización?'.

La cita se encuentra en otra antigua fábrica textil de Poblenou, Can Felipa. Allí, la filósofa italiana Elettra Stimilli y el periodista y filósofo catalán Josep Ramoneda tratan de evitar contestar a la pregunta del título con un sí o un no rotundo. Si por desglobalización se entiende un retorno a los estados-nación bajo la bandera de los valores de patria, familia y dios, tal y como aboga la extrema derecha en su país, la respuesta de Stimilli es no. Según la autora de Deuda y culpa, la única manera de que Europa pueda renacer de los escombros es partiendo de la condición de fragilidad que la guerra en Ucrania y la pandemia de la covid han dejado al descubierto. Lo que es necesario globalizar en todo caso, dice, es el “redescubrimiento de las diferencias de clase, de raza, de género… que son los problemas que unen nuestras sociedades a escala global”. “Existe un impulso emancipador que viene de las comunidades de abajo que luchan por un cambio a partir de instancias locales. Debemos pensar con instituciones diferentes, no con una dimensión que se cierra y trata de excluir, sino en otra que se lance a aperturas y comunidades distintas”, añade.

Para Ramoneda, siguiendo a Edgar Morin, “el problema es que no estamos constituidos como humanidad. No somos conscientes de lo mucho que compartimos, ni acabamos de aceptar la existencia de reglas comunes compartidas. "Las sociedades", añade Ramoneda, "solo pueden ser libres si se fundan en la empatía". Dice el director de La Maleta de Portbou que si desde la política se diera respuesta a la ciudadanía, esta no se desplazaría hacia la derecha, pero que si el futuro está oscurecido es fundamentalmente por una razón: el nihilismo. “Cuando la gente pierde la noción de los límites, cualquier cosa puede ocurrir: Putin es una caricatura de esto. La gran amenaza es que el nihilismo se extienda, por eso es necesario confrontarlo sin contemplaciones”.

Aún resuenan estas palabras cuando suben al escenario de la Plaza Josep Maria Huertas Claveria tres de los escritores más reputados de Ucrania, Finlandia y Lituania. Si algo han compartido Oksana Zabujko, Sofi Oksanen y Alvydas Šlepikas, los ponentes del acto 'Europa, Rusia y las fronteras de la democracia' es la empatía hacia el dolor de cada uno de ellos. Todos, a su modo, han trazado las ansias imperialistas y el origen de las malas relaciones con Rusia: Zabujko se ha remontado al siglo XVII (“Nos toca corregir ahora lo que hicieron nuestros antepasados”); Šlepikas ha hablado de las ocupaciones históricas de Lituania durante la II Guerra Mundial y de la suerte de "no haber hecho caso a Occidente y declarar nuestra independencia en 1990"; y Sofi Oksanen ha recordado cómo la invasión de Ucrania ha reavivado los "traumas" de las guerras en el país, lo que "ha hecho cambiar a la opinión pública sobre la necesidad de entrar en la OTAN". Pero la más contundente y expresiva ha sido la escritora ucraniana Oksana Zabujko, quien, ya con el cielo ennegrecido, ha querido deshacer las fronteras de Europa para llamar a mantenerse alerta: “Este no es un conflicto regional , es una continuación de lo que quedó silenciado en la II Guerra Mundial”, ha dicho: “Este es el tercer acto”. El cronista lo anota en la libreta, la valla y se va, perdiéndose en las fronteras del pensamiento.

Jorge de Miguel